EL PEOR TESTAMENTO ES EL MAS COMUN

Generalmente vamos a otorgar testamento cuando ya tenemos cierta edad (o somos ancianos). Ya se ha formado una familia, se han tenido hijos y nietos y se ha trabajado durante años y años para forjarse un patrimonio (una casa y, como mucho, un apartamento de vacaciones).

Entonces se nos ocurre que, para que nuestra pareja o descendientes no tengan problemas, tenemos que ir al notario a hacer testamento. Y hacemos el más común: “nombro heredero mis bienes a mi mujer (o a mi marido) y para el caso de que falleciera antes que yo nombro herederos a mis hijos”.

Pues bien, este tipo de testamento puede darnos complicaciones:

Primero porque se establecen dos transmisiones: una hacia el viudo/a y, fallecido este/a hacia los hijos. Lo cual supone pagar dos escrituras, dos impuestos de sucesiones, dos plusvalías y dos veces los gastos que una herencia conlleva (abogado o gestoría).

Segundo porque no se adjudica la legítima y entonces los hijos (o nietos) pueden reclamársela al viudo/a, que podría tener muchos problemas para obtener dinero con qué pagarla.

Tercero porque no repartimos los bienes a cada heredero, por lo que, si tenemos varios hijos y una sola casa las discusiones entre ellos están servidas (unos la querrán conservar y otros venderla), y si no se ponen de acuerdo tendrán que acudir a los tribunales.

Por lo tanto, lo mejor es no hacer ese testamento básico y de formulario que se despacha en las notarías y acudir a un abogado para que redacte uno que verdaderamente se adecúe a la estructura de esa específica familia y ese específico patrimonio. Un buen testamento deberá especificar cómo quiere que se entregue la legítima, quién quiere que sea su heredero o herederos y en qué proporción, de qué forma se les adjudica la herencia y en qué condiciones.

Contar con un abogado a la hora de hacer el testamento le evitará muchos problemas y bastante dinero.